Si entiendes cómo la Biblia ve la membresía, cambiará cómo tú ves el cristianismo.

Publicado el 15 de septiembre de 2025, 19:19

Primer articulo de la Serie Sobre la Membresía de la Iglesia

Algunas personas dicen que la membresía de la iglesia es “necesaria” y otras dicen que es “opcional”. 
Supongo que la mayoría de los cristianos se encuentran en una posición intermedia. Tienen la tenue noción de que los cristianos deberían comprometerse con la iglesia local, pero también dirán que no es la cosa más importante del mundo y que, por tanto, no deberíamos convertirlo en un asunto de tanta importancia. Tampoco les parece mal que un cristiano pase los años recorriendo diferentes congregaciones o que decida asistir indefinidamente a una iglesia sin llegar a unirse a ella.

Imperio significa poder absoluto o dominio absoluto y nos lleva a la cuestión de quién tiene la responsabilidad en nuestra sociedad. ¿Cuál es la autoridad ante la que todas las demás autoridades deben responder? Imperio es lo que César tuvo en Roma, así como aquellos reyes de la época medieval. En nuestros días diríamos que es el Estado quien tiene el imperio. No hay mayor poder que el suyo. Solo él tiene el poder sobre la vida y la muerte: el poder de la espada.

 La mayoría de la gente en la sociedad occidental engloba las iglesias en la misma categoría que los clubes de fútbol o las asociaciones benéficas. Piensan que la iglesia es otra asociación de voluntarios.
Otros prefieren considerar a las iglesias como un proveedor de servicios; como un mecánico que repara tu alma o una gasolinera que llena tu depósito espiritual.

¿Es la iglesia local realmente un club o un proveedor de servicios que existe por el permiso del Estado? ¿Es una pedigüeña más que depende de la caridad del Señor de la tierra?

Es cierto que como cristianos individuales debemos someternos a la autoridad del Estado. Pero recuerda que éste es “servidor de Dios” y su “vengador para castigar” (Ro. 13:4). Sí, el Estado posee el poder de la espada, pero lo tiene únicamente porque Dios se lo ha otorgado.

También es cierto que las iglesias deben cumplir con las leyes vigentes cuando estas no contradigan las del Reino de Dios. En este sentido, las iglesias son como cualquier otra organización.

Hay algo que debería estar completamente claro en la mente del cristiano: la iglesia local no existe por el permiso del Estado. Existe por la autorización expresa de Jesús. Después de todo, es Jesús quien tiene el imperio, no el Estado.

Ser cristiano es saber esto: en Jesús se encuentra la autoridad final. Jesús es la autoridad ante la cual todas las demás autoridades deben responder. Jesús juzgará a las naciones y a sus gobiernos. Él es quien tiene el poder final sobre la muerte y la vida. El Estado existe porque Jesús lo autoriza, no al revés. Los países normalmente no reconocen este hecho, está claro. Pero las iglesias saben que es verdad (Jn. 19:11; Ap. 1:5; 6:15-17).

Toda autoridad en el cielo y en la tierra ha sido dada a Jesús; y él da a su Iglesia la autoridad para ir a las naciones. Por eso su Iglesia avanzará como una armada que no puede ser detenida. Las fronteras de los países no la pararán. Las órdenes ejecutivas de los presidentes y de los primeros ministros no la pararán. Ni siquiera las puertas del infierno la harán retroceder. Jesús tiene el imperio.

Que sea Jesús quien tiene el imperio debería producir un efecto en nuestro concepto de la iglesia local: debería aumentar nuestra valoración de ella. La iglesia local también es una servidora de Jesús y él le concedió una autoridad que tú y yo no tenemos como cristianos individuales. Esto afecta radicalmente lo que es la iglesia local y lo que significa ser miembro de ella.

Hay muchas posibilidades de que necesites cambiar tu manera de pensar acerca de la iglesia y de cómo te relacionas con ella. Es muy posible que minusvaloren tu iglesia. Que la desprecies. Que la deformes de tal manera que también deformes tu cristianismo.

Todos nosotros hemos estado pensando que la iglesia local y la membresía son una cosa, cuando en realidad son otra. Es como si hubiéramos estado mirando a nuestra propia familia —padre, madre e hijos— y pensando en ellos como en un negocio. Te digo: “¡No son un negocio, son tu familia! Debemos empezar a tratarlos de forma apropiada”.

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